La mayoría de los ingresos de una egipcia no sólo se adquirían gracias al trabajo, sino también por la herencia de su padre o por el divorcio por lo tanto, es preciso decir que legalmente la mujer estaba amparada, lo cual significaba protección y seguridad dentro de aquella sociedad. La mujer egipcia en especial la de la elite, mantenía cierta autonomía tanto social como económica que le permitía tener un papel mucho más evidente dentro de la comunidad, contrario al papel de la mujer mesopotámica, quien era vista como fuente de naturaleza y placer. Fue gracias a esta percepción, que los estandartes de la sociedad antigua se implantaron bajo el espacio de lo religioso y sexual, dándole gran importancia no sólo por despertar conciencias, sino también por manipularlas.

La importancia de la fertilidad y del placer sexual fue evidente dentro de las sociedades antiguas, quienes tomaron medidas y estrategias para disfrutar de aquellos goces. De esta manera, la prostitución sagrada como ritual sacro destinado a venerar a la diosa Ishtar, quien era la diosa del amor carnal, del deseo sexual y de las relaciones extramaritales, fue netamente primordial para la constitución de la colectividad mesopotámica y del lenguaje corporal. En Babilonia, el matrimonio era un contrato destinado a perpetuar a la familia, que a su vez, era sostén del Estado y generadora de riquezas por tal razón, las relaciones extramaritales no era mal vistas ni juzgadas. Todo hombre debería tener su primera relación sexual con las sacerdotisas de Ishtar, quienes lo iniciaban no sólo en la actividad sexual, sino también en el espacio social de la colectividad babilónica.

Las prostitutas sagradas constituían un fuerte poder religioso y social, que mantenía el equilibrio, el orden y la armonía dentro de la sociedad, ya que tenían el poder de instruir, enseñar y sobre todo culturizar a sus “clientes”. Los beneficios culturales que las prostitutas ofrecían no sólo por ser el centro de las artes menores, sino también por ser las receptoras de cuantiosa información, fueron enormes. La búsqueda inconsciente de la armonía a través del placer sexual, conllevó a una alteridad, que permitió que la relación interpersonal y sobre todo con el cuerpo fuese colectiva y socializada. “La prostitución de origen religioso permite destacar que más allá del individualismo existe, más o menos afirmado, un cuerpo colectivo” (3).

Según W. Benjamín, el equilibrio cósmico y el de la sociedad se cimentaban bajo el papel de las prostitutas sagradas, quienes indiscutiblemente colectivizaron el cuerpo y sexualizaron lo que era espiritual (4). Debido a la circulación del sexo con fines religiosos, la iniciación a la vida colectiva y el impulso a la conversación o charla, produjo que la prostitución fuera cívica y le diera sentido a la sociedad, otorgándole una amplia esfera de refinamiento cultural. “La prostitución hace presente lo que el cuerpo propio le debe al cuerpo colectivo: su existencia” (5) .

Como muy bien se puede observar en los anteriores párrafos, la importancia tanto de la sexualidad como de la religión no sólo deriva por ser elementos complementarios e interrelacionados, sino también por ser espacios de colectivización, donde se crean nuevos sentidos y formas de lo que es ético y de lo que es bello. Aunque la prostitución sagrada tiene muchísimas más fuentes en Mesopotamia y en Grecia, Egipto innegablemente experimentó un espacio sexual constantemente representado en sus amuletos, esculturas, pinturas, etc. Si bien es cierto que el sexo es importante por ser la única manera de procrear, para los egipcios éste tenía múltiples funciones; la principal era su realidad fundamental, la compra del vientre femenino. La segunda era su objetivo erótico, el cual representado en diferentes poses sexuales, proporciones enormes del miembro masculino y en posiciones provocativas de la mujer, expresaban claramente un deseo y placer sexual ligado a la naturaleza del ser humano. Y tercero, es una función netamente ritual, donde todo acto sexual se realiza con base ritual.